UniversitŽ Montpellier 3

Cours de Carlos Heusch

L3: Civilisation mŽdiŽvale

 

 

ALFONSO X (1252-1284),

Òel SabioÓ

 

 

Antes de ser coronado:

Conquista de Murcia como Infante por haber muerto Alvar PŽrez se lo encomend— FIII. Unos embajadores de Ben Hudiel (hijo de Ben Hud) propusieron la entrega del reino en Toledo y Alfonso acept— sin dilaci—n y parti— hacia Murcia. Fue recibido en Murcia y tom— posesi—n del alc‡zar, ciudad y todo el reino con sus rentas salvo algunas que se reservaban los Huditas. Negativa de los se–ores de Lorca, Cartagena y Mula. Razones del pacto de Ben Hudiel : pr’ncipe apocado que se sent’a incapaz de hacer frente a su vecino granadino y prefiri— perder la soberan’a de su reino en 1241 para seguir teniendo las utilidades.

1244 : 3er viaje de Alfonso a Murcia esta vez con un poderoso ejŽrcito con caballeros de las —rdenes de Santiago, Alc‡ntara y Temple. Finalidad: ocupar las ciudades insurrectas. => roces con Jaime I que obligaron a un nuevo pacto de delimitaci—n del territorio entre ambos (tratado de Almizra de 1244). Nuevos roces en 1248 a ra’z de la ocupaci—n de J‡tiva supuestamente por la falta de dote de Jaime I a Violante, casada con Alfonso.

 

EL REINADO DE ALFONSO X

 

Ir a cap’tulo ÒLa obra de Alfonso XÓ

 

Se inicia el 30 de mayo de 1252, se corona a s’ mismo en Sevilla y es luego armado caballero.

Confirmaci—n de los tratados con Granada. Acu–aci—n controvertida de moneda (las piezas burgalesas que se desacreditaron provocando el alza de los precios) y ruptura con Portugal.  Construcci—n de las atarazanas de Sevilla para llevar a cabo una guerra mar’tima contra çfrica (final en 1252).

Preparaba guerra contra Portugal a ra’z de la negativa de entrega portuguesa de las plazas del Algarve (sobre las cuales, Alfonso consideraba que ten’a derechos) pero con la mediaci—n del papa Inocencio las hostilidades quedaron pronto resueltas en enero de 1253.

Navarra : frente a las pretensiones de Alfonso en Navarra el rey Teobaldo II acabo aceptando declararse vasallo del rey de Castilla : deb’a acudir a las cortes de Castilla y servir en la guerra al rey castellano con 200 caballeros.

TambiŽn tenia pretensiones en Gascu–a.

Crisis entre AlfonsoX y Jaime I del 54 al 56 a causa de Murcia. Algunos nobles castellanos instalados en Murcia se pasaron a Arag—n. Firmaron una concordia en Soria en 56.

Mientras tanto Alfonso prosegu’a la castellanizaci—n de zonas de Andaluc’a como alrededor de Sevilla y Jerez (sublevada), Niebla (que se resisti— 9 meses y cay— en febrero del 62). + conspiraciones de muchos mudŽjares promovidas por el rey de Granada por ejemplo en Sevilla. Tuvo que volver a conquistar Cadiz que se hab’a perdido. Ante todas esas insurrecciones necesitaba Alfonso m‡s caballeros y los obtuvo dispensando a los labradores del pago de la fonsadera y la martiniega a condici—n de servirle en la guerra a caballo tres meses cada a–o.

La paz en los territorios conquistados supuso poder volver a lo de Murcia, en particular Cartagena asediada por mar (almirante Rui L—pez de Mendoza) y por tierra por las mesnadas concejiles de Cuenca y otras ciudades. Cartagena se rindi— 63: en campa–a recobr— a Jerez con artiller’a y otras ciudades como Medina Sidonia y expuls— a mudŽjares como castigo (Lebrija y Arcos). TambiŽn promovi— des—rdenes pol’ticos en el reino de Granada para desestabilizar. Lleg— a entrar en tierras granadinas pero fue derrotado por el rey de Granada en 1264. Mientras tanto, Jaime se ocupaba de Murcia tras habŽrselo pedido Alfonso y tuvo total Žxito : todo qued— pacificado en 1266. Tras la entrevista de Alcaraz Jaime devolvi— solemnemente el reino de Murcia a su yerno.

El rey de Granada se comprometi— a pagar un fuerte tributo de 250 000 maraved’es al a–o y le promet’a toda su ayuda contra los rebeldes murcianos. Podemos pues afirmar que Alfonso da por acabada su pol’tica de reconquista por esos a–os (1264-1266), satisfecho del importante tributo obtenido a pesar de la derrota del 64, dejando para otro momento la eventual conquista del peque–o reino de Granada. Esa decisi—n le permiti— concentrarse en el otro aspecto de su pol’tica que concentr— todos sus esfuerzos : la obtenci—n del Imperio.

 

El fecho del Imperio

ƒsta fue la mayor preocupaci—n de Alfonso. El fundamento era la ascendencia de su madre, Beatriz de Suabia, hija de Felipe, duque de Suabia, reconocido como emperador. Al morir Guillermo de Holanda (enero 56) se eligieron dos nuevos emperadores, en 1257: Ricardo de Cornualles y Alfonso. El papa prefer’a a aquŽl. Su muerte supuso el triunfo del papado pues en vez de decantarse por el otro candidato (Alfonso), elige al conde Rodolfo de Habsburgo en 1273. La infructuosas negociaciones con el papa concluyen  en 1275 tras las cuales Alfonso acepta dejar sus pretensiones a cambio de la percepci—n de las dŽcimas concedidas por el papa, necesarias par continuar la guerra contra los benimerines tras las noticias de la invasi—n de su reino por Žstos.

 

Problemas con la nobleza y conflicto sucesorio

 

Sublevaci—n nobiliaria :

La pol’tica de Alfonso era muy costosa (erario publico muy pobre) => necesidad de una pol’tica fiscal nueva que volvi— a Alfonso muy impopular entre la gente llana.

Nobleza: otros motivos relacionados con las pretensiones absolutistas de Alfonso basadas en las nuevas ideas pol’ticas salidas de las universidades. Hay una primera sublevaci—n de ricos hombres en 1269 en Sevilla a ra’z de la venida del infante don Dionis de Portugal, tras la cual Alfonso X libr— a Portugal del vasallaje que deb’a a Castilla => oposici—n de los grandes nobles (Nu–o Gonz‡lez de Lara, Infante Felipe Ðhermano de AlfonsoÐ, Lope D’az de Haro se–or de Vizcaya...). La conjura fue capitaneada por don Felipe. Se busc— incluso el apoyo del rey de Granada proponiendo la venida del rey de Marruecos, Ben Yucef (1270). Alfonso, entonces en Murcia, pidi— ayuda a Jaime quien le aconsej— pactase con el rey de Granada pero ya hab’an desembarcado los benimerines en Andaluc’a. Lo utiliz— Alfonso como argumento nacionalista para reunir a todos los nobles. Se intent— negociar en Burgos (quejas econ—micas de los ricos hombres). Fracaso : muchos nobles decidieron desnaturalizarse de Alfonso. Iban a ser mediadores su hijo Fernando de la Cerda y su hermano Manuel (padre de Juan Manuel). Los rebeldes pasaron a Granada con el infante don Felipe. Dicha presencia no sirvi— sino para alimentar los conflictos sucesorios que conoc’a a la saz—n el reino de Granada.

En 1273 Alfonso hizo promesas de reducciones fiscales a los nobles con lo que se atrajo a muchos ricos hombres y caballeros. Pero no los rebeldes.

 

 

Invasi—n de los benimerines:

El Rey de Granada dio los puertos de Tarifa y Algeciras al rey de Fez a cambio de ayuda contra el rey de Castilla. Desembarc— con un poderoso ejŽrcito en Algeciras mientras Alfonso estaba en Francia para sus asuntos imperiales. El adelantado de la frontera Nu–o Gonz‡lez de Lara no pudo contenerlos y fue vencido en 1275.

 

Problema sucesorio a partir de 1275 :

El Infante don Fernando (de la Cerda), al mando del reino, por la ausencia de su padre, convoc— la hueste y sali— para la frontera. Pero enferm— en camino, en Ciudad Real y muri— en agosto de 1275. Tom— entonces el mando el infante Sancho con energ’a y eficacia y consigui— controlar la situaci—n.

Alfonso regres— de Francia en agosto de 1276, perdido el Imperio, y se enter— de que Sancho hab’a salvado el reino. Pero se planteaba el problema de su sucesi—n. Fernando de la Cerda hab’a reclamado antes de morir la aplicaci—n del Òsistema de primogenitura y representaci—nÓ  que aparece en las Partidas. De ah’ la confederaci—n de Sancho con otros poderosos se–ores como Diego L—pez de Haro se–or de Vizcaya. Sancho se autoproclam— heredero.

1277. A pesar de todo, Alfonso acept— a Sancho como heredero, tras ser aconsejado por sus allegados. Al mismo tiempo, mand— prender y conden— a su hermano Fadrique (ahogado) y a Sim—n Ruiz se–or de los Cameros (quemado) tras la posible acusaci—n (no se sabe certeramente) de conspiraci—n contra Alfonso y de haber aconsejado mal a Violante (reina) quien se acababa de fugar a Arag—n con los infantes de la Cerda (El rey Pedro III supo utilizar pol’ticamente a esos infantes no ya para defenderlos sino como arma pol’tica). Esta justicia expeditiva y cruel de Alfonso ejercida adem‡s sobre uno de los Infantes de Castilla fue muy mal recibida por la alta nobleza. Se comenta que fue una de las razones de la sublevaci—n definitiva de Sancho contra su (cf. Aguado, Manual, 680).

 

Mientras, Ben Yucef rey de Fez consigui— mantener posiciones en el estrecho que obligaron a las treguas de 1278.

El rey de Francia, Felipe III (Philippe III le Hardi) amenaza a Alfonso pues defend’a el partido de la Cerda (su hermana Blanca era la viuda de Fernando de la Cerda) exigiendo de Alfonso la revocaci—n de la sucesi—n a favor de Sancho. ƒste œltimo busc— apoyo en Arag—n y Portugal. Francia propuso que Alfonso de la Cerda fuese declarado rey de JaŽn lo que provoc— una violenta reacci—n de Sancho, a la par que se entrevistaban el rey de Castilla y el de Arag—n en El Campillo (marzo de 1281) : Alfonso y Pedro III se propusieron quedarse con Navarra.

 

1281-1284 : la ca’da de Alfonso.

Negativa de Sancho a la propuesta de hacer de Alfonso de la Cerda rey de JaŽn. Los procuradores en Cortes estaban de acuerdo con Sancho a causa de lo de la alteraci—n de la moneda. Otros infantes se unieron a Sancho. A pesar del tratado de Campillo, el rey de Arag—n se uni— a Sancho y lo mismo don Dionis de Portugal.

Con estas alianzas Sancho convoc— Cortes en Valladolid en que Sancho llam— a todos los expatriados de los acontecimientos que concluyeron con la muerte de don Fadrique. En esas cortes se dio (con la mediaci—n del infante Manuel) justicia y gobierno a Sancho, as’ como rentas y fortalezas pero no el t’tulo de rey, mientras viviese Alfonso (septiembre de 1282). Alfonso contest— desde Sevilla desheredando y maldiciendo a Sancho y pidiendo al papa que fulminase a quienes siguiesen a Sancho. Lleg— incluso a enviar su corona al rey de Fez en prenda de la ayuda que de Žl solicitaba y del prŽstamo econ—mico que le ped’a (60 000 doblas de oro).

Sancho se asegur— el apoyo de las grandes casas con la boda con Mar’a Alfonso de Meneses (alias Mar’a de Molina) y con la boda de su hermana con el se–or de Vizcaya.

Afectuosa entrevista entre Alfonso y el rey de Fez en Zahara. Corrieron tierras juntos. En C—rdoba estaba Sancho quien se neg— a dar la ciudad a su padre. El rey de Fez corri— las tierras llev‡ndose ganado vacuno para mejorar la ganader’a de Marruecos.

Y Alfonso se fue a Sevilla que fue la œnica ciudad que le fiel hasta su muerte.

Algunos volvieron al partido de Alfonso tras la algo ÒbravaÓ pol’tica de Sancho. Incluso Žste busc— la avenencia con su padre. Pero Sancho enferm— y no se pudieron ver. Muri— Alfonso en Sevilla en abril de 1284.

 

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LA OBRA DE ALFONSO X

 

Obra pol’tica

A pesar de las dificultadas encontradas por Alfonso para reinar, agudizadas por su obsesi—n con el Ç fecho del imperio È que lo llev— a ausentarse a menudo del reino, la figura regia de Alfonso X es fundamental porque sienta las bases de una monarqu’a de tipo moderno. As’ pues, la Historia ha retenido tal vez m‡s la obra de este monarca, en sus mœltiples planos, que sus Ç fechos È propiamente dichos.

Su obra toda est‡ basada en un concepto nuevo de la monarqu’a en gran parte condicionado por las ideas pol’ticas nuevas de las universidades, en particular las desarrolladas por los fil—sofos y te—logos a partir del examen de la teor’a pol’tica de Arist—teles : cf. santo Tom‡s, Egidio RomanoÉ

A partir de ah’ Alfonso construy— una teor’a de la monarqu’a y del estado basada en el concepto de Ç dependencia natural È que pretend’a acabar con el modelo feudal basado en la dependencia personal y vasall‡tica.

Es pues el primero en sentar las bases en Castilla de lo que ser‡ un poder real absoluto, segœn un modelo descendiente, es decir segœn el modelo teocr‡tico : el rey es el representante de Dios en la tierra. La aplicaci—n de ese modelo como ya vimos implica nuevas relaciones pol’ticas con la nobleza que no fueron aceptadas f‡cilmente por los nobles quienes no se resignaban a ser considerados como meros Ç sœbditos È del rey. Los fundamentos de esta teor’a nueva de la monarqu’a se encuentran en las Partidas que servir‡n, m‡s tarde, de fundamento del rŽgimen mon‡rquico espa–ol.

 

Obra econ—mica y monetaria

La gran novedad es que por vez primera un rey se ocupa de estos aspectos. Vimos que la cuesti—n monetaria fue capital en sus relaciones con determinados sectores de la sociedad (en particular las ciudades : comerciantesÉ) ya que si bien conserv— una buena moneda de oro (la dobla) no pudo evitar una devaluaci—n constante de las monedas de plata (a pesar de que se tratase de una buena moneda desde el punto de vista de su valor real), en parte relacionada con el problema de la reuni—n pol’tica entre Castilla y Le—n. La creaci—n del Ç dinero alfons’ È en 1264 no solucion— nada, al contrario : hizo que se devaluaran todas las monedas provocando tal alza de precios y de salarios que fue necesario convocar Cortes en 1268 para resolver el problema (medidas dirigistas : nuevos productos tasados, fin de la libre circulaci—n de moneda y algunas mercanc’asÉ).

Pero tal vez lo m‡s importante de la obra econ—mica alfons’ se halla en la modernizaci—n de la fiscalidad. A los antiguos impuestos (regal’as, quinto real, los pechos, cuya percepci—n se compart’a con los municipios) vinieron a a–adirse los llamados Ç servicios È, unos impuestos extraordinarios (generalmente en tiempo de guerra contra musulmanes) que deb’an ser votados por las cortes y aportaban grandes sumas aunque de manera extraordinaria. A Žstos hay que a–adir los nuevos impuestos pedidos a la Iglesia como las Ç tercias reales È (2/9 de los diezmos) y la dŽcima (sobre el conjunto de los impuestos eclesi‡sticos pero que necesitaba del benepl‡cito pontificio), as’ como las limosnas para la cruzada cuando se publicaba una bula.

 

La obra jur’dica :

Alfonso ten’a la pretensi—n de integrar al derecho castellano el llamado Ç mos italicum È, el derecho romano que era la gran novedad lanzada concretamente en Europa por los juristas de la universidad de Bolonia. Pero era consciente de que ello no pod’a hacerse sin una pol’tica de compromiso con la costumbre castellana, la de los fueros. Empez— por tanto por una conservaci—n de los fueros pero realizando un completo trabajo de unificaci—n, de sistematizaci—n : es el Fuero Real, compilaci—n del derecho consuetudinario castellano pero que pudo ser concedido a todos los municipios que desearon tener un fuero propio (ej. el llamado Ç Fuero de Burgos È de 1256).

Pero la obra magna de inspiraci—n claramente romana la constituyen las Siete Partidas que tienen la pretensi—n de ser un c—digo completo capaz de abarcar todos los aspectos de la vida publica (derecho civil) y privada (derecho privado), es decir todas las cuestiones pol’ticas, sociales y personales. Lo vertebra evidentemente la noci—n de Ç naturaleza È bajo la cual se rige todo el sistema pol’tico (el rey y sus sœbditos) y social (cada estamento y sus funciones en el reino). Es una obra claramente enciclopŽdica, que reœne todo el saber jur’dico del momento y que alcanza de lo m‡s general a lo m‡s particular (como las leyes de sucesi—n, la justicia particular de los ÒhijosdalgoÓ, y hasta cuestiones verdaderamente particulares como las pr‡cticas m‡gicas y las supersticiones).

Pero esta obra jur’dica monumental no tuvo la menor aplicaci—n en tiempos de Alfonso : Entre otras cosas, los motivos fueron porque la ideolog’a regia de dicha obra era incompatible con los intereses de la nobleza del momento que apoyaban adem‡s las pretensiones de Sancho. Estaba adem‡s el problema del derecho sucesorio : aplicar las Partidas legitimaba las pretensiones del bando de la Cerda. Por lo tanto qued— en letra muerta y hay que esperar al Ordenamiento de Alcal‡ de 1348, promulgado por Alfonso XI, para que se pueda recurrir a las Partidas como derecho sustitutivo, y a los primeros decenios del siglo XV para que se convierta plenamente en el c—digo jur’dico de Castilla.

 

 

Obra cultural :

                  El vasto proyecto pol’tico alfons’ tiene ramificaciones en todos los aspectos. De ah’ que por primera vez se considere necesario crear lo que podr’amos llamar con algo de anacronismo una Ç cultura de estado È completamente controlada por la instituci—n mon‡rquica. Eso implic— que fuera igualmente necesario crear o al menos desarrollar una infraestructura encaminada a semejante proyecto cultural. Fue as’ como Alfonso X y ya antes sus directos predecesores, Alfonso VIII y Fernando III, tuvieron por bien promover tanto las fundaciones como el desarrollo universitarios y escolares. As’ surgi— la primera universidad de Castilla, la de Palencia, fundada hacia 1210-1212. Tras esa fundaci—n el reino de Le—n no quiso ser menos y en 1218, Alfonso IX de Le—n funda la universidad de Salamanca, cuyos privilegios ser‡n confirmados por Fernando III en 1242 y por Alfonso X en 1252. Por aquel entonces, el estudio salmantino se hab’a convertido ya en el primer centro intelectual del nuevo estado castellano-leonŽs, desbancando por completo al de Palencia, cuyos d’as iban a quedar contados. En el studium salmantino se apoyar‡ Alfonso X para formar las elites intelectuales tanto eclesi‡sticas como laicas que no s—lo entrar‡n al servicio del incipiente aparato de estado (cf. la Ç canciller’a real È), creando una nueva forma de Ç funcionariado È letrado cuyo acercamiento a la persona del rey no ir‡ sino creciendo hasta tiempos de los Reyes Cat—licos, sino que pasar‡n a ser la Ç mano de obra È esencial de su empresa cultural, aquellos que formar‡n los llamados Ç talleres È o escritorios alfons’es, compuestos de tres grupos de personas (para las obras m‡s complejas, como las jur’dicas o historiogr‡ficas) : trasladadores ; ayuntadores (redactores) y capituladores (establecen las divisiones y estructuran la obra en partes y cap’tulos). Pero Àpara quŽ necesitaba Alfonso X un grupo de universitarios dispuestos a trabajar para Žl ?

                  El proyecto pol’tico de Alfonso X es tan totalizador que considera que algunas de las ciencias que componen la Enciclopedia medieval tienen un fundamental papel pol’tico y como tal han de ser consideradas como Ç ciencias reales È, es decir ciencias que se hallan bajo el control no s—lo directo sino tambiŽn exclusivo de la corona. De alguna manera, el denominador comœn de todas esas ciencias es la relaci—n del saber al Ç tiempo È, a los Ç tiempos È, tanto los tiempos que han de venir como los que ya fueron, con la idea de que en el control de los saberes sobre el porvenir y sobre el pasado se halla la clave del control sobre el presente.

De ah’ que todas las ciencias con alguna relaci—n con la predicci—n deban estar controladas por el rey, como por ejemplo la Astronom’a o la Matem‡tica o incluso los seudo saberes sobre los poderes de algunos objetos, concretamente las piedras o talismanes (cf. Lapidario). Pero de ah’ tambiŽn que se establezca una frontera (a veces no demasiado clara desde el punto de vista de contenidos pero s’ de pr‡cticas) entre una pr‡ctica Ç libre È o privada de esas ciencias que ser‡ legalmente considerada como Ç superstici—n È y por lo tanto prohibida (cf. las leyes de las Partidas sobre el Ç catar estornudos y otras agorer’as È) y el estudio en los talleres reales de esos saberes.

Pero ese estudio estaba esencialmente basado en la romanizaci—n, o mejor dicho castellanizaci—n, mediante traducciones y adaptaciones, de unos saberes que hab’an llegado a la pen’nsula merced a la presencia ‡rabe. Fue en este sentido, con fines m‡s pol’ticos que meramente cient’ficos, como Alfonso supo retomar la herencia de la tradici—n traductora ibŽrica de la centuria anterior, es decir las famosas Ç escuelas de traductores È impulsadas presuntamente por el arzobispo Raimundo (1125-1151).

Recordemos que en 1085, cuando es tomada por Alfonso VI, la ciudad de Toledo es uno de los mayores centros culturales del medioevo. Los soberanos andalus’es hab’an favorecido la inmigraci—n hasta sus reinos de las m‡s destacadas figuras de las ciencias y las artes de todas las tierras isl‡micas, donde Ñ en parte gracias a esa tierra de aluvi—n que eran Oriente medio y Egipto Ñ se hab’a podido recoger buena parte del legado cultural helŽnico. A la presencia humana hay que sumar la documental, puesto que hasta al-Andalœs llegaban valios’simos libros de ciencia, sabidur’a y aprendizaje. A este acervo cultural isl‡mico (que aunaba tanto la tradici—n oriental lejana ÑPersa e IndiaÑ como la occidental ÑhelŽnicaÑ) hay que a–adir la aportaci—n de la cultura hebrea, tan importante y din‡mica en Toledo, la Sefarad de los jud’os. La necesidad de cristianizaci—n de estos territorios andalus’es que iban siendo conquistados supuso la llegada de destacados miembros de la orden cluniacense. Estos monjes francos quedaron sorprendidos por la magnitud de la cultura sem’tica en centros como Toledo y juzgaron oportuno poder llevar hasta las incipientes escuelas europeas toda esa ciencia. Pero era preciso antes verter todos esos textos del ‡rabe y del hebreo al lat’n. Surgieron entonces toda una serie de escuelas de traductores de las que la principal fue la de Toledo, dirigida por el arzobispo Raimundo de la orden de Cluny. Se ha conjeturado mucho sobre los mŽtodos de trabajo de estos traductores, como por ejemplo la idea de una doble traducci—n primero oral y luego escrita (oralmente del original a una especie de Ç romance È primitivo y por escrito de ese romance al lat’n), presuntamente por faltar traductores directos de ‡rabe y hebreo al lat’n. Tal vez en alguna ocasi—n se hayan podido producir casos semejantes, pero hoy d’a pensamos que fueron casos aislados pues entre los occidentales, sobre todo a partir de la segunda mitad del 12 y durante el 13 no faltaron conocedores occidentales de esas lenguas. Se tradujeron entonces las obras de la enciclopedia aristotŽlica (medicina y ciencias naturales, matem‡ticas, astronom’a y luego l—gica y filosof’a) a travŽs de sus comentadores ‡rabes como Avicena (ibn Sinna), Avicebr—n (ibn Gabirol), Alfarab’, Algazel y, sobre todo, Averroes cuyo aristotelismo radical o heterodoxo iba a revolucionar la universidad parisina en el siglo XIII hasta llegar a quedar prohibida su lectura en 1277. Y es que del trabajo de estas escuelas de traductores que en gran parte estaban dirigidas por intelectuales ajenos a los reinos cristianos peninsulares (eran esencialmente franceses, italianos e ingleses), poca cosa qued— en el siglo XIII cuando ya se hab’an llevado a cabo las principales traducciones de que estaban necesitados los escolares europeos. El fruto de ese trabajo fue conducido directamente a las universidades europeas gracias a lo cual se gest— esa inmensa revoluci—n cultural a la que llamamos escol‡stica y que se debe en gran medida al re-constituci—n de la casi totalidad del corpus aristotŽlico y su exŽgesis.

As’ fue como Alfonso X pudo dar un nuevo impulso a las tareas de traducci—n, fomentando nuevas traducciones, m‡s en acorde con sus ‡mbitos intelectuales de predilecci—n (aquellos con implicaciones pol’ticas) que no coincid’an necesariamente con las ciencias especulativas de los escol‡sticos europeos, creando lo que se ha venido a llamar la Ç segunda È escuela de Toledo que se vio aumentada por el aporte cultural de otros centros nuevamente integrados a la Corona y a los que Alfonso se ve’a muy vinculado, como Murcia y Sevilla. La gran particularidad de esta nueva etapa de traducciones es que, deseoso de fundar una cultura nueva Ç de estado È, es decir realizada Ç por È y Ç para È un estado determinado, Alfonso favoreci— la traducci—n al romance castellano, convertido en lengua de estado y de cultura, y no ya al lat’n como se hab’a hecho anteriormente, impidiendo de facto que esa cultura pudiera exportarse (puesto que el lat’n era la œnica lengua internacional). Fruto de este deseo, tan marcado ideol—gicamente, lo constituyen todos estos tratados cient’ficos en castellano, de matem‡tica, f’sica, astronom’a, etc. que han dado las famosas Tablas alfons’es o el Libro conplido en los judizios de las estrellas o el Libro del saber de astrolog’a o el Libro de las figuras de las estrellas fijas. Cronol—gicamente, esta labor de traducci—n es la primera actividad literaria alfons’ que se desarrolla esencialmente entre los a–os 1250 y 1269 y que se extiende a otros campos como el de la literatura did‡ctica y sapiencial. Recordemos que incluso antes de ser rey Alfonso manda traducir al castellano el Calila e Dimna.

 

Historiograf’a :

Es sin embargo con relaci—n al pasado el ‡mbito en el que el conato alfons’ de controlar los tiempos se hace m‡s patente. QuŽ duda cabe que uno de los aspectos m‡s importantes de la obra cultural alfons’ es la de estructurar definitivamente una escritura historiogr‡fica regia en la lengua del reino. Hasta entonces la historiograf’a parec’a m‡s bien ser el hecho de la clerec’a y de la lengua latina (piŽnsese en el Chronicon mundi de Lucas de Tuy, el Tudense, de 1236 o el De rebus hispaniae de Rodrigo JimŽnez de Rada el Toledano a quien Fernando III encomend— la redacci—n de una cr—nica m‡s nacional aunque todav’a en lat’n). Con Alfonso X es regio no s—lo el encargo de tales obras sino adem‡s el control de la escritura misma : Ç el rey faze un libro È, leemos en la General Estoria.

Ñ Primera Cr—nica General (t’tulo dado por MenŽndez Pidal) de Espa–a o mejor dicho Estoria de Espa–a : es la primera manifestaci—n de la intenci—n de constituir una historia puramente nacional para justificar la constituci—n de un estado tanto en su marco geopol’tico como hist—rico. Se empezar’a la EE hacia 1270 y se redactar’a la primera parte hasta 1275-1280 (invasi—n ‡rabe de Espa–a). La segunda parte (hasta Fernando III) se escribir’a con toda probabilidad con posterioridad al reinado de Alfonso y posiblemente durante el reinado de Alfonso XI, en pleno siglo XIV.

Ñ General Estoria : pertenece a la tradici—n de la historia universal. Inicio hacia 1272-1274, lo cual supuso la progresiva interrupci—n de la redacci—n de la EE, una interrupci—n favorecida adem‡s por las desilusiones pol’ticas y personales de Alfonso (muerte del primogŽnito, fracaso en el fecho del imperio, revuelta de SanchoÉ) lo cual orientar’a los quehaceres del soberano m‡s hacia la historia universal. Obra voluminos’sima que aœn hoy no ha sido editada ’ntegramente. Se trata de inscribir a Castilla en el orden general del universo. Siguiendo a los C‡nones de Eusebio de Ces‡rea divide la historia universal en 6 tiempos o edades (1. de la Creaci—n a MoisŽs ; 2. de JosuŽ a David ; 3. de Salmos a Ezequiel ; 4. Imperios antiguos ; 5. Historia de Roma hasta Cristo (parte inacabada) ; 6. solo fragmentos : ÒfechosÓ de nuestra era.

 

 

 

 

SANCHO IV (1284-1295),

Òel BravoÓ

 

                  Como ya vimos, hay 2 etapas en el reinado de Sancho. El reinado de hecho empieza en 1282, cuando Sancho, aœn infante obtiene de las Cortes todos los poderes excepto el t’tulo de Rey de Castilla y Le—n. Como Ògobernador general del reinoÓ, Sancho va a gobernar de hecho hasta la muerte de su padre, 2 a–os despuŽs en Sevilla. El coronamiento de derecho de Sancho, en 1284, supuso un cambio en su comportamiento pol’tico. Si bien Žste hab’a llegado al poder gracias a una especie de consenso civil que hab’a sido lo suficientemente fuerte como para perpetrar el derrocamiento de hecho del rey de Castilla, por esa misma raz—n, sab’a el monarca cu‡n fr‡gil resultaba su situaci—n pol’tica en vida de su padre: en cualquier momento aquellos que le hab’an dado el poder pod’an quit‡rselo y devolvŽrselo al rey leg’timo, Alfonso X. De ah’ que, como lo dice Gerbet, Sancho Òpromit tout ce que lÕon voulutÓ y llev— adelante una pol’tica de compromiso con las fuerzas vivas del reino, esencialmente las villas (para las que cre— la primera Hermandad general) y la nobleza. Esta actitud cambi— con la muerte de Alfonso X: una vez asegurado su poder como soberano, no dud— en restablecer la autoridad regia en detrimento de los intereses de la nobleza, ayudado por los municipios y asistido, en los primeros a–os del reino, por el que iba a ser el primer privado noble de la historia de Castilla, Lope D’az de Haro. Dicha privanza finaliz— en 1288 cuando surgieron discrepancias fundamentales entre Lope de Haro y el soberano sobre la nueva amistad pol’tica de Castilla con el reino de Arag—n, reino hasta entonces opuesto a Sancho a ra’z de su decisi—n de apoyar a los Infantes de la Cerda. Lo que empez— como discrepancia acab— en odio y Sancho no dud— en ajusticiar a Lope de Haro, con lo que iba a enemistarse con las poderosas casas nobiliarias de los Haro y los Lara que quedaron marginadas por Sancho, provocando as’ que en ocasiones los Haro y los Lara dieran su apoyo a los posibles enemigos del rey de Castilla, como el rey de Arag—n o incluso el de Marruecos. La enemistad con esta importante facci—n de la nobleza castellana posiblemente llev— a Sancho a hacer las paces con sus sobrinos y hasta entonces enemigos, los infantes de la Cerda, nietos del rey de Francia, y presuntos herederos del trono de Castilla a tenor de lo estipulado por Alfonso X. As’ pues, se firma en 1288 el tratado de Lyon por el que el rey de Francia, Felipe IV renuncia a sus derechos sobre Castilla. En contrapartida, Sancho creaba para los Infantes dos reinos independientes en el seno de Castilla: Murcia y Ciudad Real y daba la mano de su hija Beatriz al infante don Alfonso, el mayor de los dos hermanos y por lo tanto principal pretendiente a la corona de Castilla. La empresa diplom‡tica y pacificadora de Sancho se orient— entonces hacia los otros reinos peninsulares: Sancho se gir— primero hacia el nuevo rey de Arag—n Jaime II (Alfonso III hab’a muerto sin heredero en 1291), esperando del nuevo soberano un cambio en la pol’tica aragonesa con respecto a Castilla. Se firma as’ el Tratado de Monteagudo que es ante todo un acuerdo militar de defensa mutua (Castilla defender’a a Arag—n frente a un eventual ataque francŽs y a cambio Arag—n participar’a en la campa–a contra los Benimerines, que hab’an vuelto a invadir la Pen’nsula en 1285). A lo militar se sum— lo pol’tico con la promesa de matrimonio del rey Jaime II con la infanta Isabel, hija de Sancho. Por otro lado, Sancho se preocup— por consolidar la paz con Portugal en las Vistas de Ciudad Rodrigo (1292), cuando se pact— el matrimonio futuro del muy joven infante don Fernando (de 6 a–os de edad), pr’ncipe heredero de Castilla, con Constanza de Portugal. En el interior, la baza mayor de Sancho fue la bœsqueda constante del apoyo de los concejos y ciudades a los que hizo concesiones notables. Se pudieron as’ incentivar los poderes y prerrogativas pol’ticos, econ—micos y jur’dicos de las ciudades frente al poder regio: recuperaci—n de tierras de realengo; limitaci—n de poderes de los oficiales reales en las ciudades; prohibici—n de nombrar arrendadores y recaudadores jud’os; frecuencia mucho mayor de convocatoria de CortesÉ

Pol’tica exterior: siguen las hostilidades con los musulmanes, iniciadas con la primera invasi—n de los Benimerines (o merin’s) en tiempos de Alfonso X. Como ya vimos, la legendaria ÒbravuraÓ de Sancho en al ‡mbito bŽlico fue uno de los elementos importantes que iban a asegurar su porvenir pol’tico. De igual modo durante su corto reinado hay que destacar algunas conquistas importantes frente a las tropas marroqu’es que vuelven a cruzar el estrecho y se implantan en Tarifa en 1285. Su presencia iba a consolidarse con el apoyo del infante don Juan (hermano de Alfonso X que tuvo importantes conflictos pol’ticos con su sobrino). Esta importante plaza estratŽgica no ser’a tomada por los castellanos hasta 1292. Adem‡s tuvo que ser heroicamente defendida por el caballero leonŽs Alonso PŽrez de Guzm‡n que iba a recibir el nombre de Guzm‡n el Bueno a ra’z de su acci—n caballerosa y patri—tica. En 1294, el rey de Granada, los benimerines y el infante don Juan lanzan un asedio contra Tarifa, custodiada por el capit‡n Alonso PŽrez de Guzm‡n, al que Sancho IV hab’a nombrado alcalde de la fortaleza (que aœn se conserva en la ciudad de Tarifa). El personaje hist—rico pas— a la leyenda por el hecho de que su hijo fue hecho preso por los sitiadores, los cuales propusieron a Guzm‡n el trueque de su hijo por la plaza. Y Guzm‡n no dud— un instante en sacrificar a su hijo para mantener la fortaleza encomendada por el rey (se le atribuyen las palabras siguientes cuando le plantearon semejante dilema: Òno engendrŽ yo hijo que fuese contra mi tierraÓ). Este sacrificio le vali— el t’tulo hist—rico de ÒEl buenoÓ, por el que se le conoce. A pesar de todos estos esfuerzos, Sancho no consigui— tomar ni Algeciras ni Gibraltar que siguieron en manos de los benimerines.

 

FERNANDO IV (1295-1312),

Òel EmplazadoÓ

 

Р          Regencia de Mar’a de Molina, su madre (tiene Fernando 10 a–os al morir su padre) hasta 1301, graves conflictos con la nobleza levantisca y los infantes de la Cerda.

Р          Su voluntad de conquistar Granada, junto a Portugal y Arag—n, se vio frustrada cuando un sector de la nobleza lo abandon— y s—lo pudo hacerse con Gibraltar (1309

(pasamos directamente a la clase siguiente sobre Alfonso XI, pero invito a los alumnos a completar lo dicho en clase sobre Fernando IV leyendo los cap’tulos correspondientes de una Historia de Espa–a)

 

 

 

ALFONSO XI (1312-1350),

Òel JusticieroÓ

 

                  En algunos aspectos, la dinast’a Trast‡mara que reina en Castilla de 1369 a 1516 y en los dem‡s reinos peninsulares excepto Portugal (Arag—n a partir de 1412 ; Navarra a partir de 1425) continœa la obra pol’tica e institucional de sus inmediatos predecesores. Sin embargo las particularidades de su ascensi—n al poder (gracias esencialmente al apoyo de determinada nobleza) van a tener como consecuencia un retroceso de la instituci—n mon‡rquica como —rgano de poder con relaci—n a los logros pol’ticos conseguidos por Alfonso XI y Pedro I. Para entender todo ello es necesario volver sobre algunos puntos esenciales de los reinados de estos dos soberanos.

 

Tras su mayor’a de edad, en 1325 (con solo 14 a–os), la finalidad mayor de Alfonso XI, rey din‡mico y emprendedor fue la de una pacificaci—n del reino que pasaba necesariamente por el control pol’tico de la aristocracia, de la alta nobleza. Ese Òtiempo que es turbioÓ que caracteriz— la Castilla de los a–os 1295 a 1325, permiti— a ra’z de las minor’as de Fernando IV y Alfonso XI una factual toma de poder por parte de la alta nobleza a pesar de los intentos de Mar’a de Molina por mantener la autoridad real. Fueron momentos de grandes violencias nobiliarias no solo ejercidas sobre otros grupos sociales desarmados frente a los nobles (campesinos, religiososÉ) sino tambiŽn entre los mismos nobles segœn la tradicional ley del m‡s fuerte. Este contexto debi— de influir notablemente en las concepciones de un Juan Manuel para quien la violencia, el enga–o, la satisfacci—n de los intereses ego’stas parecen ser los pilares de un orden social y humano del que poca cosa se puede esperar : escepticismo y desenga–o de un arist—crata que se vio Žl mismo envuelto en esas espirales de violencia y conflictos que a menudo contribuy— Žl mismo a fomentar. As’ pues el reinado personal de Alfonso XI, a partir de 1325, coincide con la enŽrgica voluntad de sojuzgar pol’ticamente a la nobleza y afirmar la autoridad absoluta del poder real.

Para llevar a cabo dicho proyecto Alfonso se sirve de todos los medios que halla a su alcance :

a)        una acci—n pol’tica autoritaria (en la que no faltaron arrestos y aun ejecuciones sumarias) ;

b)       una ideolog’a ÒnacionalistaÓ castellana motor de una unificaci—n pol’tica y social en torno a la figura del rey y basada en la lucha contra el reino de Granada ;

c)        una obra cultural directamente encaminada a la satisfacci—n de sus finalidades pol’ticas basada en la en la adopci—n generalizada del modelo cultural cortŽs y en la reforma jur’dica.

 

a) El autoritarismo pol’tico de Alfonso XI se basa no solo en una gran firmeza a la hora de imponer sus voluntades (ya hemos mencionado los arrestos y una justicia un tanto expeditiva con los nobles levantiscos ; pensemos en la libertad con la que concibe sus relaciones con la alta nobleza, y ah’ tenemos el ejemplo de sus relaciones con Juan Manuel : lo aparta de s’ ; promete casar con su hija, se desentiende de su compromiso encerrando incluso a la hija de JM para casar con la infanta Mar’a de PortugalÉ). TambiŽn se manifiesta en la elecci—n del personal pol’tico. Alfonso XI ser‡ uno de los primeros monarcas castellanos en crear una neta separaci—n entre la administraci—n y la ejecuci—n. Hasta entonces, exist’a una nobleza con una relaci—n de dependencia personal con el monarca basada en nociones feudales o vasall‡ticas de lealtad y servicio ; esa nobleza ten’a un doble cometido : servir y administrar los asuntos del rey y por otro lado ejecutar con su brazo armado las decisiones del rey. Alfonso XI renueva ese modelo encerrando a la nobleza en una funci—n meramente ejecutoria, funci—n Žsta que conseguir‡ redorar a travŽs del modelo cultural cortŽs (cultura caballeresca, etc., como ya veremos). As’ los nobles ser‡n considerados segœn el modelo caballeresco como los ÔdefensoresÕ por excelencia del rey y del reino, ante todo sometidos a una serie de normas a un c—digo Žtico Ðel de la caballer’a que deber‡n respetar para poder asimilar su funci—n social y pol’tica a una dignidad. De hecho, ello supuso apartar a dicha nobleza de la administraci—n del poder. En su lugar Alfonso XI prefiri— contar con la competencia tŽcnica de los profesionales de las letras y del derecho, los llamados ÒletradosÓ, procedentes de las clases medias y formados en las universidades. As’ empez— la progresiva burocratizaci—n de las instituciones castellanas de poder que culminar’a con los Reyes Cat—licos.

                  Por otro lado, el control del personal pol’tico por parte del monarca se hace igualmente patente en las ciudades con la imposici—n de unos ÒregidoresÓ (magistrados urbanos nombrados directamente por el rey) que acabaron controlando todos los aspectos de la vida publica en los municipios, antes de transformarse en un caldo de cultivo del sistema clientelar y olig‡rquico (que como veremos implic— en tiempos de los Trast‡maras, Enrique III, concretamente, la necesidad de recurrir a los ÒcorregidoresÓ para controlar a dicha funci—n de regidor que hab’a tendido a convertirse en prerrogativa cl‡nica).

 

b) La continuaci—n de la pol’tica de Reconquista amŽn de sus intereses pol’ticos y econ—micos intr’nsecos fue sin duda analizada por Alfonso XI como el medio de reunir militarmente a toda la nobleza en torno a la corona, dejando de lado las querellas internas, las insurrecciones y los diferentes conflictos sociales promovidos por la nobleza. Adem‡s permit’a la plasmaci—n de un ideal bŽlico, militar, el de la caballer’a y aun en este caso de la caballer’a cruzada en el que Alfonso XI pensaba plasmar los fundamentos de su ideolog’a (no olvidemos que fue un rey caballero, armado por el brazo articulado de la talla de Santiago que hoy se conserva en el convento de las Huelgas de Burgos).

                  As’ se explican las mœltiples campa–as militares de Alfonso XI que es unos de los aspectos m‡s abundantemente tratados por la historiograf’a tanto en prosa como en verso dedicada a este soberano. Los logros de su predecesor fueron ef’meros a la par que la presi—n de los marroqu’es se hac’a cada vez m‡s fuerte. Los principales Žxitos militares de Alfonso XI fueron: la batalla del Salado (1340) y la del Palomares (1343) lo cual permiti— a los castellanos retomar el control de Algeciras (1344). Sin embargo su progresi—n se vio frenada a las puertas de Gibraltar al ser contagiado de peste de que muri— (1350). Gibraltar seguir’a entre las manos de los benimerines hasta 1374 cuando volvi— a estar bajo control nazar’ (reino de Granada). Los castellanos tomar’an el pe–—n en 1462.

 

c) el modelo cultural caballeresco : la literatura (Zifar, Amad’s y otrosÉ) como arma pedag—gica ; la creaci—n de la Orden de la Banda (1332) para distinguir a los mejores caballeros al servicio del rey, siguiendo el c—digo Žtico-pol’tico de la caballer’a cortŽs.

La reforma jur’dica : el Ordenamiento de Alcal‡ (1348) que supone la aplicaci—n del Ômos italicumÕ tal y como aparece en las Partidas de Alfonso X. Su relaci—n con la ideolog’a pol’tica : la idea de dependencia natural opuesta a la de dependencia personal.

 

 

 

 

PEDRO I (1350-1369),

Òel CruelÓ

 

                  Los 19 a–os de reinado de Pedro I estuvieron marcados por los incesantes conflictos con la nobleza, en gran parte motivados por las decisiones unilaterales del soberano. Los primeros a–os de su reinado quedaron bajo la influencia de Juan Alfonso de Alburquerque (quien hab’a sido ayo del rey a partir de 1338), lo cual levant— envidias y sospechas entre la aristocracia, concretamente entre los hermanastros del rey, los hijos de do–a Leonor de Guzm‡n, la favorita del rey (que le hab’a dado 10 hijos a Alfonso XI) que hab’a sido apresada y asesinada por orden de la reina viuda, Mar’a de Portugal, en 1351. Esta muerte junto a la de Garcilaso de la Vega ordenada por Alburquerque desencadenaron un primer levantamiento de nobles contra el rey y su valido. Pedro los someti— a todos con vigor y a veces clemencia (como con su hermanastro Enrique que ser’a a–os m‡s tarde su verdugo) aunque no faltaron las v’ctimas de semejante insurrecci—n.

En 1352, prometido ya a la princesa francesa Blanca de Borb—n, Pedro se enamora de Mar’a de Padilla quien iba a ser su verdadero amor. Al llegar la futura reina a Valladolid en 1353 para el matrimonio, andaba ya Mar’a de Padilla embarazada del rey. Dos d’as despuŽs de la boda, Pedro abandonaba definitivamente a su esposa para reunirse con Mar’a de Padilla. Tras un nuevo intento de vida conyugal volvieron a separarse y nunca mas volvi— a ver el rey a la reina ; Žsta hubo de peregrinar de castillo en prisi—n en una vida llena de sinrazones y desazones hasta que un ballestero le puso fin por orden del rey con solo 25 a–os (1361).

                  Esta forma de repudiaci—n de hecho constituy— un caballeresco pretexto para que tanto municipios como caballeros nobles (concretamente los hermanos del rey que no perd’an ocasi—n de querellarse con Žste) se levantasen contra el rey exigiendo dejase a Mar’a de Padilla y sus familiares que hab’an granjeado cargos importantes, para volver con su mujer leg’tima. Los enfrentamientos duraron hasta 1356 cuando Pedro impuso militarmente la rendici—n de los conjurados, haciendo correr empero bastante sangre. Se reconcili— con Fadrique (uno de sus hermanastros) y otorg— a Enrique, conde de Trast‡mara, un salvoconducto para ir a Francia.

                  Mar’a de Padilla muri— de muerte natural en 1361, curiosamente, el mismo a–o que la reina Blanca. Pedro hizo todos los posibles para que fuera reconocida como primera esposa con quien hab’a presuntamente casado de manera secreta con testigos. Las cortes la reconocieron por reina y aceptaron como leg’timo heredero a su hijo Alfonso (muerto en 1362). Con lo cual se da el dato curioso de que Mar’a de Padilla fue considerada como reina solo despuŽs de su muerte.

                  La paz de 1356 qued— pronto disipada tras el estallido de la guerra entre Castilla y Arag—n a ra’z de ciertos incidentes navales en las costas mediterr‡neas. Enrique de Trast‡mara exiliado en Arag—n se puso de lado de Pedro IV contra su hermano el rey de Castilla, junto a otros nobles castellanos en conflicto con el rey. Pedro impuso dos frentes, uno por Valencia y otro por Arag—n. Los Aragoneses sufr’an considerables pŽrdidas hasta que se firm— una tregua solicitada por el papa (1357) que se rompi— ese mismo a–o. Para ello el rey de Castilla busco la alianza con Inglaterra y el de Arag—n una con Francia y el rey de Fez. Tras algunas victorias por ambas partes se alcanz— una tregua en 1361 segœn la cual se devolv’an las plazas tomadas. Tuvo Enrique de Trast‡mara que huir a Francia.

                  La vuelta de Enrique, en 1362, supuso la reanudaci—n de las hostilidades. Entr— Pedro en diferentes villas aragonesas y consigui— llegar hasta Valencia (1363). Mientras el rey de Arag—n conclu’a una tregua con el de Castilla pactaba en secreto con Enrique de Trast‡mara para obtener a cambio de su ayuda el reino de Murcia. En esta alianza secreta entraban asimismo el rey de Francia y el de Navarra. Se adelant— Pedro en una campa–a contra el sur del levante (cerco de Valencia en 1363), pero conoci— reveses y tuvo que retirarse. Se hizo oportuno para acabar con una guerra tan intermitente y poco decisiva el que Enrique pudiera contratar a las compa–’as francesas dirigidas por Bertrand Du Guesclin y peligrosamente desocupadas segœn el rey de Francia tras la paz de BrŽtigny. Estos mercenarios internacionales entraron por Arag—n y proclamaron en 1366 a Enrique rey de Castilla. Pedro tuvo que retirarse en busca de apoyo : se lo negaron los portugueses y acudi— hasta la Bayona Ç inglesa È en busca del apoyo del Pr’ncipe Negro (hijo de Eduardo III de Inglaterra) que obtuvo. Todo parec’a sonre’r al nuevo rey proclamado, pues los diferentes lugares castellanos se le iban dando pero tuvo que sufrir un gran revŽs en la batalla de N‡jera de 1367. Pero sabiendo que Pedro ya no iba a contar con el apoyo del Pr’ncipe Negro y alentado por los refuerzos enviados por el rey de Francia, Enrique se decidi— por una contraofensiva que lo condujo hasta las puertas de Toledo (1368). Cuando, meses despuŽs, Pedro se decidi— a ir en acorro de la ciudad de Toledo hubo de sufrir el acoso de Enrique y de Du Guesclin. Tras refugiarse en el castillo de Montiel y escapar fue traicionado, llevado preso hasta la tienda de Du Guesclin donde tras un forcejeo fue acuchillado por su hermano Enrique.

 

 

 

 

ENRIQUE II (1369-1379),

Òel de las MercedesÓ

 

 

[casado con Juana Manuel, hija de Juan Manuel y Blanca Nœ–ez de la Cerda, desde 1350, cuando Enrique tenia solo 17 a–os. Dicho enlace fue genial idea de Leonor de Guzm‡n. En 1357 consigui— Juana escapar a Arag—n para reunirse con Enrique. Ah’ naci— en 1358 Juan, futuro Juan I.]

 

Durante los primero a–os de su reinado Enrique tuvo que hacer frente a las consecuencias de largos a–os de guerras incesantes, tanto en lo interior como en lo exterior. Se roz— el conflicto abierto con Pedro IV de Arag—n en m‡s de una ocasi—n a ra’z de los territorios concedidos por Enrique a Du Guesclin y que por despecho decidieron hacerse vasallos del rey de Arag—n. Por otro lado, el joven rey de Portugal Fernando I pretendiendo vengar la muerte de su pariente, el difunto rey Pedro, atac— Castilla y tomo zonas de Galicia, pretendiŽndose adem‡s un heredero m‡s leg’timo de la corona Castellana por descender de los Manuel por v’a materna (su madre era Constanza Manuel casada con el rey Pedro de Portugal), alentado asimismo por parte de la nobleza castellana que no quer’a reconocer al nuevo rey fratricida. Como se ve, Enrique ten’a detractores tanto fuera como dentro. Intent— ganar a Žstos a su causa con grandes promesas a las cuales se sumaron las recompensas prometidas a los que lo hab’an respaldado incluso antes de 1369, con lo que pronto fue conocido el rey Enrique como Ç el de las mercedes È concedidas tanto a partidarios como a adversarios con ‡nimo de pacificar el reino (fueron concedidas hasta a miembros de las compa–’as blancas de Du Guesclin y algunos hasta se asentaron en Castilla). Recobr— por la fuerza las villas gallegas tomadas por Fernando I pero tuvo que detener la campa–a sobre Portugal que hab’a iniciado con la toma de Braga y Braganza, al enterarse de que Andaluc’a estaba siendo invadida por el rey de Granada. La situaci—n se salv— gracias a una tregua de 8 a–os (1370) entre los reyes de Castilla, Granada y Fez.

TambiŽn en 1370 tom— Enrique II en Medina del Campo una serie de medidas de gobierno de entre las cuales hay que destacar su intento de poner freno a las violencias de la gente armada que tras tantos a–os de guerras en numerosos casos (por falta de soldada) se hab’a abierto al bandolerismo. Tuvo Enrique la idea de una Ç Hermandad È œnica para todo el reino (especie de polic’a popular) organizada por las ciudades con el cometido de luchar contra estos abusos pero que quedar’a controlada por el ejecutor de la justicia real, el llamado Ç alcalde del rey È.

La decisi—n (y a veces crueldad) de Enrique en el frente portuguŽs condujo al rey Fernando a aceptar un tratado de paz en 1371. Se lleg— tambiŽn a un a modo de paz con Arag—n en enero de 1372.

En las Cortes de 1371 se organizaron las instituciones de justicia y administraci—n (notariado y canciller’a) y result— muy oportuno para Enrique el voto de un ordenamiento limitando la capacidad del rey de conceder esas famosas Ç mercedes È que hab’an empezado a estrangular la econom’a del reino. TambiŽn atendiendo a una petici—n popular (y tal vez en respuesta de la colusi—n entre Pedro I y los jud’os castellanos) se decidi— que los jud’os llevar’an distintivos y no podr’an llevar nombres cristianos aunque Enrique se neg— a la propuesta de incapacidad referente a los cargos pœblicos.

                  Volviendo a los conflictos internacionales, las hijas del rey don Pedro de Castilla y Mar’a de Padilla hab’an casado con los hijos de Eduardo III. Uno de ellos, el duque de Lancaster tom— el t’tulo de rey de Castilla y, cual un nuevo Guillermo de Normand’a, levant— la empresa de conquistar Castilla por la fuerza. Se adelantaron los castellanos y tuvo lugar la batalla naval de La Rochelle donde los castellanos no s—lo hundieron numerosos buques ingleses sino que se hicieron con un sustancioso bot’n (1372), lo cual permiti— adem‡s que el rey de Francia pudiese recobrar pronto La Rochelle que estaba entonces entre las manos de los ingleses. Ante la sospecha fundada de un nuevo brote belicoso por parte de Fernando de Portugal, de nuevo se adelant— Enrique invadiendo Portugal y llegando hasta Lisboa donde de nuevo fueron firmadas las paces (abril 1373). Gracias a su sentido de la diplomacia y sus dotes previsoras, Enrique II pudo evitar enfrentamientos directos con los reinos orientales, Navarra y Arag—n. Las paces se firmaron entre tratados y bodas en 1375, casando el infante Juan de Castilla con Leonor de Arag—n y el infante Carlos de Navarra con Leonor de Castilla.

Esos momentos de relativa paz fueron aprovechados por Enrique para desarrollar su pol’tica interior intentando siempre acceder a las diferentes peticiones expresadas por los procuradores de las Cortes de 1377 (como ya lo hab’a hecho en las Cortes de 1373 cuando Enrique procur— frenar las desigualdades tributarias y los abusos de los que percib’an rentas) llegando incluso hasta cierta forma de proteccionismo por ejemplo con la prohibici—n de exportar oro. En el plano social, las clases no-nobles obtuvieron algunas garant’as contra los abusos del poder se–orial (pudiendo por ejemplo dar cuenta de Žstos ante los alcaldes del rey, m‡xima autoridad judicial en las ciudades).

Aparece de nuevo la circunspecci—n que caracteriza a este rey en el asunto del Cisma de Occidente, a partir de 1378 : sin contar con mayor informaci—n sobre el asunto, Enrique II se neg— a seguir ciegamente la proposici—n de su mayor aliado el rey de Francia que le instaba a reconocer inmediatamente al antipapa Clemente VII y no al papa de Roma, Urbano VI, reconocido por Inglaterra.

Antes de morir todav’a tuvo Enrique II que salvar con tenacidad y decisi—n una posible guerra contra Navarra debida a la nueva alianza de este reino con Inglaterra. Tras firmar la paz en mayo de 1379, cay— enfermo y muri—.

 

 

 

 

JUAN I (1379-1391)

 

                  El breve reinado de Juan I est‡ ante todo caracterizado por la guerra contra Portugal (y su principal aliado, Inglaterra) y por una pol’tica de conciliaci—n (con los representantes de las Cortes) y reconciliaci—n (entre los diferentes bandos de la nobleza, incluyendo a los antiguos petristas).

 

                  Ya dijimos que Juan estaba casado desde 1375 con Leonor de Arag—n con quien tuvo al pr’ncipe heredero, Enrique (futuro Enrique III, nacido en 1379) a Fernando (futuro Fernando de Antequera y luego rey de Arag—n, Fernando I, nacido en 1380). La reina Leonor muri— dando a luz de la infanta Leonor en 1382. Esta muerte cambi— los planes del soberano portuguŽs Fernando quien ten’a la intenci—n de casar a su hija Beatriz, œnica heredera suya con el infante de Castilla, Enrique. Fue el mismo rey Fernando quien solicit— al viudo rey de Castilla (y primo suyo, pues sus madres respectivas eran las hermanas Manuel) que casase con su hija otorg‡ndole por lo tanto la posibilidad de convertirse en rey de Portugal. Juan I acept— y as’ qued— estipulado en el contrato de matrimonio. Al morir en octubre de 1383 el rey Fernando, Juan I de Castilla se convert’a autom‡ticamente en rey de Portugal. Sin embargo, la mayor parte de los portugueses tem’an que Juan I no respetase la autonom’a del reino luso prevista en el contrato de matrimonio y que aquŽl quedase sencillamente absorbido por el poderoso vecino. Este temor fue adem‡s astutamente utilizado y agudizado por el Maestre de Avis, dom Joa›, hijo bastardo del rey Pedro I ( 1367) quien muy pronto se gan— la simpat’a del pueblo no solo encareciendo sentimientos patri—ticos frente al sucesor extranjero sino mandando matar al conde de Ourem, favorito y amante de la reina viuda, do–a Leonor TŽllez quien quedaba como regente y gobernadora del reino. A pesar de algunos consejos contrarios a semejante empresa Juan I entr— en Portugal dispuesto a hacer valer los derechos de su esposa y los suyos a finales de 1383 y recibi— de manos de do–a Leonor la regencia del reino. Abreviando, la guerra abierta con Portugal result— un verdadero fracaso para la caballer’a castellana, concretamente tras la sonada derrota de Aljubarrota en agosto de 1385 que fue el Ç Azincourt È castellano. Se hizo la llamada Ç Paz de Trancoso È y las Cortes de Coimbra reconocieron al Maestre de Avis, antes Ç defensor È del reino, como rey de Portugal, con el nombre de Juan I. Al mismo tiempo Castilla hac’a las paces con Inglaterra, aliada de Portugal y pon’a fin al conflicto de las pretensiones del duque de Lancaster (casado con la hija de Pedro I) al aceptar Juan I la mano de la hija del duque Catalina de Lancaster para el heredero de Castilla, el infante Enrique. El matrimonio se celebr— unos a–os despuŽs, en 1388, y para tan se–alada ocasi—n que parec’a sellar simb—licamente una alianza entre antiguos petristas y trast‡maras (pues casaba la nieta de Pedro I con el nieto de Enrique II), las Cortes instituyeron el Principado de Asturias para el heredero de la corona que existe aœn hoy.

                  No es de extra–ar la convocaci—n de Cortes por parte de Juan I en esta ocasi—n pues fue uno de los monarcas que m‡s cortes convocaron a pesar de lo breve de su reinado, y las primeras que convoc— fueron precisamente en 1379 para que pudieran presenciar su coronaci—n. Sin imaginar evidentemente una monarqu’a parlamentaria, Juan I empero intent—, siguiendo de alguna manera los consejos de su padre, contentar en la medida de lo posible las aspiraciones de los procuradores en Cortes que al fin y al cabo eran los que representaban a los que a fin de cuentas alimentaban econ—micamente al rey, es decir las clases contributarias. En las 6 cortes convocadas en el decenio de Juan I, los procuradores obtuvieron considerables beneficios, como recortes en los gastos protocolarios, mayor representaci—n pol’tica en el Consejo del rey, autonom’a concejil en el nombramiento de alcaldes, recortes en las inmunidades eclesi‡sticas y toda una serie de medidas sociales que dan cuenta de los conflictos sociales endŽmicos de la Castilla medieval entre los ciudadanos, el grupo de los llamados Ç pecheros È y por otro lado el de nobles y eclesi‡sticos. [Entre las distintas medidas adoptadas en las Cortes de 1383 recordemos la decisi—n de paso a la Era cristiana dejando caduco el c—mputo de la Era hisp‡nica (al que hay que sustraer 38 a–os)].

                  Pero las diferentes Cortes permitieron asimismo una modernizaci—n pol’tica y administrativa : en cuanto a la justicia el rey se compromet’a (a partir de las cortes de 1383) a tener audiencia todos los viernes y a mejorar el funcionamiento de sus oidores y alcaldes. Adem‡s en las cortes de 1390 (las œltimas que convocara) dispuso un lugar fijo para la Real Audiencia en vez de que esta fuera itinerante y se asent— en la ciudad de Segovia, facilitando por lo tanto las tareas de archivo y documentaci—n y disponiendo de un personal fijo y cualificado ; en cuanto a la fiscalidad, una serie de leyes pretend’an mejorar la recaudaci—n y la contabilidad ; de las Cortes de 1385 (convocadas por Aljubarrota) sali— el nuevo Consejo del rey con un reparto equitativo de representantes de los tres estados : 4 Ç perlados È, 4 ricos hombres y 4 villanos ; un consejo que ten’a un verdadero poder ejecutivo pues se encargaba de todos los asuntos excepto los de la justicia (reservados a la audiencia real) y algunos otros determinados por el rey que Žl trataba personalmente.

                  Fruto de esta pol’tica conciliadora fue que las Cortes no dudaron en otorgar al rey cuantos subsidios extraordinarios solicit—, por ejemplo en 1387 para zanjar deudas con Francia y pagar lo mercenarios.

                  Manifestaci—n de esa pol’tica reconciliadora fueron las cortes de Guadalajara (1390) en las que Juan I quiso dar por terminadas las rencillas consecuentes a la guerra civil y fratricida y perdon— solemnemente a los partidarios del rey don Pedro devolviŽndoles los bienes confiscados por su padre.

 

Juan I muri— en octubre de 1390 durante una demostraci—n ecuestre : cay— del caballo a galope y fue arrastrado por Žste, muriendo en el acto.

 

 

 

ENRIQUE III (1390-1406)

 

                  Corto reinado tambiŽn si tenemos en cuenta que contaba solo con 11 a–os. Primer pr’ncipe de Asturias.

Primeros a–os turbulentos a causa de la regencia. Pero Enrique III decidi— muy pronto tomar Žl mismo las riendas y empez— a reinar con solo 14 a–os.

Portugal : a pesar de las treguas, Juan I invade Castilla por Badajoz pero la reacci—n enŽrgica castellana tanto por mar como por tierra oblig— al rey de Portugal a volver a solicitar treguas que se renovaron por 10 a–os (1398). En cuanto a pol’tica exterior destaquemos asimismo la conquista de las Islas Canarias realizadas por dos franceses a cuenta de Enrique III, Jean de BŽthencourt y Gadifer de la Salle en 1404.

En lo administrativo, Enrique III cre— el oficio de corregidor (representante del rey en los concejos para controlar a los alcaldes y regidores) con el que tras haber conseguido controlar a la nobleza la emprend’a con el poder de las ciudades.

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